viernes, 17 de abril de 2009

Poco pan y pésimo circo


"Al pueblo hay que darle pan y circo".

Así pensaban los emperadores romanos hace 2000 años y así piensan ahora nuestros dirigentes políticos, los empresarios, y los medios de comunicación.
Los poderosos de nuestro tiempo, sin embargo, no ofrecen tanto pan como lo hacían Julio César o Aureliano. Encerrados en su codicia, se limitan a repartirnos unas pocas miguitas sólo para que algún día éstas se conviertan en votos, consumo o audiencia. Miguitas como las de Zapatero cuando promete “regalar” 400 euros a los contribuyentes (envolviendo en papel de regalo el dinero antes retenido) y como las de la Caixa cuando invierte en programas de responsabilidad social que, de paso, le ayudan a desgravar. También nos dan de picotear , Telecinco y Antena 3, cuando en su lucha por demostrar quién es más “altruista”, obsequian a sus espectadores con lujosos coches y miles de euros. Fácilmente saciables, con todo esto, el run-run de nuestras tripas parece cesar. Hasta mañana, cuando, cómo aquel romano al que se le terminaba el trigo, nos damos cuenta que han estado engañando a nuestros estómagos con insustanciosos trozos de levadura y harina.

Y, ¿qué hay del circo?

A diferencia de los romanos, nuestros poderosos ni organizan banquetes gratuitos, ni regalan entradas para eventos. Pero también recurren al ocio. Especialmente en momentos en los que corren el riesgo de ser atacados por las “fieras”. Y, sino, hagan memoria y trasládense 9 meses antes, cuando pese a las evidencias de crisis, Zapatero afirmaba que llegaríamos al pleno empleo, y la victoria en la Eurocopa de la selección española se convirtió en el instrumento del gobierno para amansar al pueblo.
Ahora bien, si hay unos que entienden en el neg-OCIO, éstos no son los políticos, sino los productores de televisión. Ellos, seguidores de la tradición latina de promocionar el ocio para el control y el dominio de las masas, mantienen su privilegiada posición en el diván del liderazgo de audiencia con programas de divertimentos frívolos, zafios y groseros, que conservan la peor eséncia de los espectáculos de circo romanos y de las luchas de gladiadores. Nosotros, desde las gradas en forma de sofá, hartos de las preocupaciones de la vida cotidiana y del estrés del trabajo, vitoreamos y aplaudimos.

Aunque luego nos quejemos del poco pan y el pésimo circo.

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