sábado, 23 de mayo de 2009

El buen periodismo de Kapuscinski

Dice el escritor y político de arte, John Berger, casi al final de Los cínicos no sirven para este oficio, que Ryszard Kapuscinski era uno de los hombres que mejor conocía el mundo que habitaba. Y tiene razón: después de 20 años como corresponsal en el extranjero, Kapuscinski se convirtió en un magnífico escrutador de la realidad. Esto se debe principalmente a su mimetismo, al uso que hacia de su anonimato para perpetrar en las zonas más recónditas del país sobre el que quería escribir. En Los cínicos no sirven para este oficio, una transcripción de dos encuentros y una entrevista, el reportero polaco muestra con sencillez y humildad su manera de entender y hacer el periodismo, el buen periodismo.

Quien crea que en este libro, de lectura obligatória en buena parte de las Facultades de Comunicación del mundo, encontrará un manual más con las reglas básicas del periodismo, está muy equivocado. Kapuscinski, además de hablar de los criterios que ha aplicado a lo largo de su carrera profesional, invita a quien lo quiera escuchar a una profunda reflexión sobre la ética y la humanidad en el oficio de periodista, y sobre la realidad social de la época. Esto ya lo avisa el título de la obra (Los cínicos no sirven para este oficio), que recoge la interesante relación que establece Kapuscinski entre el periodismo y la psicología. Un buen periodista, afirma taxativo el reportero polaco, tiene que ser buena persona, debe de tener empatia, para comprender ése sobre el que escribe, hasta el punto de compartir sus problemas. No hay duda, entonces, de que Kapuscinski fue un muy buen periodista.

Con un lenguaje sencillo y del todo digerible para el lector, con paradojas, anécdotas e imágenes, Kapuscinski, relata, reflexiona, pero también denuncia. Se queja de la negativa trayectoria histórica de la información, cada vez más separada de la cultura y ligada al dinero. Lo hace sin caer en el catastrofismo y de una manera no gratuita, con palabras llenas de la sabiduría que sólo otorga la experiencia, y en coherencia con su manera de concebir la labor del periodista. Una labor para el bien común, con voluntad de ayudar a cambiar el mundo, a mejorarlo, y que podemos observar en anteriores escritos suyos como El emperador, La guerra del fútbol, Ébano, o el Sha, memorables obras de historia contemporánea, a caballo entre el reportaje periodístico y la gran literatura.

En el encuentro de John Berger y Kapuscinski, al final del libro, el primero dice que la mejor manera de escribir un relato es escuchar. Siguiendo la misma estructura, me atrevo a decir, sin miedo a equivocarme, que la mejor manera de iniciarse en el camino hacia el buen periodismo es escuchar al maestro Kapuscinski a través de la lectura de Los cínicos no sirven para este oficio.

La última frontera


Mientras algunos lloran por haber perdido un teléfono móvil de 200 euros, otros lloran por que se han quedado sin un brazo. Mientras algunos gastan litros y litros de agua para disfrutar de una relajante bañera, otros se deshidratan. Mientras algunos rechazan la verdura de mamá, otros no tiene nada con que contentar al estomago. Mientras unos se empeñan en tener el coche más caro de todo el vecindario, otros luchan por sobrevivir.

Es en esta lucha por la vida, que muchos senegaleses, cameruneses, nigerianos… (y nótese que hablo en masculino) recorren miles de kilómetros a pie desde sus casas para saltar, con la ayuda de unas escaleras artesanales, una valla: la de Melilla. Las escaleras son el visado para llegar a España, la valla, la última frontera. Con este nombre, precisamente, “La última frontera”, se titula un reportaje que muestra la violencia y la sangre fria de los guardias civiles españoles que custodian la valla y la angustia y la esperanza de los que cruzan: “prefiero morir, antes que ver a mi familia así”, “yo creo que alguna vez en España hablaran de mi, del cantante”.

¿Realmente podemos poner fronteras a las desigualdades? ¿No es hipócrita que en el mundo global en el que vivimos, las mercancías puedan pasar de un lado a otro sin problemas, y las personas no?

Espectadores pasivos, culpables activos

Abrimos el diario cualquier día y ahí, en primera plana, aparece un titular que habla de un mujer asesinada por su marido y que hace que se nos encoja el corazón. Pasamos la página. La cara de desesperación de un niño acosado por sus compañeros de clase, y la noticia de cómo unos chavales, en la lucha contra el aburrimiento, embroncan a mendijos nos vuelven a dejar del revés. Pero cerramos el diario, y ¿qué ocurre? En casa, oímos golpes, llantos, gritos, pensamos "otra vez los vecinos", y otra vez hacemos caso a aquello de "en los asuntos de los demás, no te metas", que "la curiosidad mató al gato". En el trabajo, vemos como compañeros nuestros practican el llamado "mobbing", y nos callamos, no vaya a ser que nos tachen de chivatos. En la calle, vemos como unos muchachos insultan a un dipsómano desvalido, giramos la cabeza y, si podemos, nos vamos, que no queremos problemas.
¡Cuánta hipocresía! ¿Por qué no ser "curiosos", "chivatos" y "tener problemas"? Sencillamente, preferimos ser espectadores pasivos frente a la violencia, aún siendo culpables activos de lo que recoje la prensa.

TV a la basura


Pocos son los que aún dudan que la televisión haya sustituido la realidad, creando otra nueva en la que se trivializa todo lo negativo. Los mensajes que transmiten programas como El diario, Gran Hermano, Mujeres y hombres y viceversa, no son sólo frívolos e intrascendentes, sino que crean estilos de vida, concepciones del mundo, paradigmas sociales y gustos estéticos. No nos debe de extrañar, por tanto, que la falta de respeto, el insulto, la humillación, el dinero fácil, la falta de escrúpulos, la mentira, etc., se erijan como los (contra)valores en los que se sustenta nuestra sociedad. Que la cultura del esfuerzo, el sacrificio, el respeto, la constancia, la educación y la verdad se conviertan en paradigmas de una forma de vivir y de pensar realmente inútil y obsoleta.

Estamos frente a la "dictadura" de la basura en la televisión. Una televisión cuyo objetivo ya no es informar, sino atraer a la máxima audiencia posible. Una televisión que nos está ensuciando. A los hipócritas que dicen ver La 2 y los documentales de National Geographic, también.

Esforzarme...¿pa' qué?

Entre el pasar de todo de ahora y la letra, con sangre entra de antaño hay un punto intermedio: el justo esfuerzo. Parece claro que nuestra sociedad no vive del aire, ni del maná y que “teóricamente”, el que no trabaja no come. Sin embargo, estamos hartos de ver programas en los que hay quien se empacha y no ha dado en su vida palo al agua, anuncios que lanzan mensajes del tipo “aprenda ingles en cuatro días y sin esfuerzo”, y padres que hablan de sus hijos estudiantes (que no estudiosos) como “pobrecitos”. Así, inmersos en el materialismo y la mediocridad cultural, estamos perdiendo la capacidad de soñar en horizontes que merezcan la pena, y acostumbrados a que nos lo den todo masticado, hasta cortar la carne nos “da palo”. Nuestra sociedad sigue la ley del mínimo esfuerzo (conseguir mas, haciendo menos). Y lo peor es que desconoce que lo que ahora cree que se ahorra, lo tendrá que hacer en un futuro para sacarse las castañas del fuego. Bueno, para algunos siempre estará ahí la mamá para plancharle la ropa, hacerle la tortilla de patatas, y pagarle la diversión de los fines de semana... Porque, sí, todo en la vida tiene que ser diversión.

El ritual del silencio

- ¡Tú no aprendes! ¡Te lo dije! (en un tono de voz elevado)
- Nene, por favor… (Al borde del llanto)
- ¿Por favor qué? Eh?! ¡Inútil! ¡Eres una inútil! Estoy de ti hasta los cojones…¡joder! (da un puñetazo a la puerta, a escasos centímetros de la cara de la mujer)

No, no es un guión de una película de Hitchcock. Tampoco un fragmento de una novela de Agatha Christie. Terrorífico, si, y verídico. Ocurrió hace un par de semanas en un vagón de la línea azul del metro de Barcelona. Siguiendo la lógica de un sábado tarde, había mucha gente. Algunos miraban la escena descaradamente. Otros, más discretos, lo hacíamos de reojo o a través de los cristales. No faltaba tampoco los que, sumergidos en la lectura de su libro, no levantaban la vista, o los que disimulaban contándose las pecas de las manos o haciendo un exhaustivo estudio de los distintos tipos de calzado. Sin olvidar aquellos que bajaban del vagón para meterse en otro. En lo que todos coincidimos fue en seguir aquella frase que tantas veces de pequeños nos han repetido: en boca cerrada, no entran moscas. De este modo, lo único que se oía eran carraspeos, gente sonándose o tosiendo y expresiones como “madre mía” o “qué fuerte”. Es el ritual del silencio, del ver, oír y callar. Porque “aún saldremos escaldados”, porque “no es nuestro problema”, porque “es su vida”. Su vida o, tal vez, su muerte. Así, pasivos, íbamos bajando del vagón, y a los cinco minutos ¿quién se acordaba de lo sucedido? Luego, al escuchar en los informativos una nueva muerte por violencia de género, a lo mejor nos acordaremos e intentaremos no mirar mucho, no sea que conozcamos a la victima, no sea que podamos tener remordimientos. Y es que quien calla, otorga, y quien otorga, es cómplice de la violencia. Ya lo dijo Ghandi, "la mas atroz de las cosas malas es el silencio de la gente buena”.

Muchacha en la ventana


"Apoyada en el marco de la ventana, me paso las horas, los días, los años frente al mar, escuchando una falsa brisa, observando el imaginario vuelo de los pájaros por el cielo gris de Cadaqués. No sé cuanto tiempo llevo así, de pie, con el mismo vestido blanco y azul, y la misma postura que de tan quieta se hace inquietante. No se ni siquiera de dónde vengo ni quién soy. Muchas veces, oigo voces que dicen: es Ana María, la hermana de Dalí. ¿Dalí? ¿Quién es Dalí? ¿Quién es toda esta gente que habla de mí? Como si tuviera los ojos y la nariz puestos en la nuca, puedo notar sus dedos índice señalándome, puedo oler sus perfumes y, hasta puedo sentir sus penetrantes miradas atravesándome la espalda. Pero no, no los puedo ver. Sólo soy una muchacha apoyada en la ventana".

He memory, Kiki Smith


Los que quieran darse un pequeño paseo por el ciclo vital de la mujer, a la vez que por su mente, aún están a tiempo de hacerlo. Hasta mañana, la Fundación Joan Miró de Barcelona, acoge la exposición de la norteamericana Kiki Smith.

Si van, se encontrarán con…

Un espacio de meditación y poesía. Reflexionaran sobre el paso del tiempo, la vida y la muerte de la mujer. Sobre lo íntimo, y lo cotidiano. Serán activos, jugarán a descubrir el simbolismo de la ventana abierta, la silla, los ratones, los pájaros… y a darle continuidad a lo que parece no tenerla. Únicamente darán un respiro a su mente, a mitad del recorrido, cuando vean un video explicativo que les ayudará a entender lo que habrán visto y lo que les quedará por ver.

Un despliegue de manualidades. Flores, bombillas, sillas de papel maché, cristales pintados, esculturas de porcelana, yeso, bronce o aluminio, pinturas, espejos… Apreciarán la gran fuerza plástica de la obra, y verán que cualquier material y técnica son susceptibles de ser utilizados por Kiki Smith para transmitir su mensaje.

Pero también con…

La ausencia de rótulos. Para saber el titulo de las obras (que ni siquiera están enumeradas), y el recorrido de la exposición, tendrán que consultar el laberíntico folleto que podrán coger en la entrada. Al principio no les importará, quizá hasta les haga gracia, pero cuando ya lleven un buen rato explotando su sentido de la orientación, es fácil que se cansen de jugar a ser exploradores.

¿Se animan?

Observaciones en el tren (III)

Suena otro móvil. Esta vez no es el mío. Su música es la de una canción de David Bisbal. Es de una chica. Por la voz, por como se toca el pelo, y por el te quiero final, deduzco que es su novio. A unas les llama la madre, a otras el novio. Me fijo en la actitud de la enamorada tras colgar el teléfono. Sigue leyendo el País (¿votará a Montilla?) y de vez en cuando levanta la cabeza para a través de la ventana. Hace rato que ya no se ve mar. Mira su reloj. Por su cara parece que no funciona. Le pregunta la hora al chico de su derecha. Las 19.15, le responde. Pelo largo, flequillo al lado, sudadera Rams 23, es el prototipo de niño “pijo”. No para de jugar con el móvil, de estos de última generación que anuncia Beckam, claro. Unos tanto, y otros tan poco. I es que justo ahora veo a un mendigo pidiendo limosna en la estación de Vilanova. Entran 4 marroquíes. No hay más sitio, así que se tienen que quedar de pie. Oigo como las mujeres de detrás “cuchillean” con voz de pito. Logro captar una frase: Si, perquè l’altre día a una amiga li van robar el bolso. Ja podrien quedar-se al seu país. Es en estos momentos cuando desearía ser sorda. ¡Será que no habrán visto robar a gente de aquí y no por eso nos tachan a todos de ladrones! Pero aquí no acaba la cosa. Uno de los marroquíes se sienta al lado de una señora, (muy fina ella). La señora no sólo pone cara de perro sino que coge rápidamente el bolso del suelo. Hay más. Esas mismas mujeres que antes cuchichean acerca de los que ellas denominaban “moros”, ahora lo hacen acerca de las que consideran “bixos rarus”, una pareja de chicas que pasa por el vagón cogida de la mano. Pensaba que estas cosas solo las decían la iglesia y la COPE. En fin… Con la mala leche, me han venido ganas de hacer “pipí”. Le pido a la “inglesa-sueca de pocas palabras” que me reserve el sitio, por favor. Claro, me dice. Llego al lavabo. Está ocupado. Al cabo de cinco minutos de reloj sale un hombre, que por su barriga, diría que le gusta el tapeo y las cervecillas. Entro. Salgo. El lavabo (de no más de 1 metro cuadrado) hace una peste insoportable, y en la tapa hay restos de orina (¡Qué asco!). Ahora entiendo que es lo que ha estado haciendo ese hombre tanto tiempo ahí dentro… Vuelvo a mi asiento. La “inglesa-sueca” se levanta. Hemos llegado a Sants-Estació. Me dice adiós. Se oye una voz que dice: Próxima parada, Passeig de Gràcia. Es la mía. Cojo la maleta y bajo del tren. Son las 20.00 h.

Observaciones en el tren (II)

Ahora me fijo en un “rastafari”. Es un chico de color, alto y delgado. Viste una túnica muy colorida y lleva un aro en la oreja. Me recuerda a Bob Marley. Duerme como un niño después de un intenso día de “cole”. Entre sus manos lleva como una especie de saco lleno de figuras de madera. Debe venderlas. Ahora justo se le acaba de caer a un lado la cabeza. Pero ni se entera. Las chicas con las que comparte mesa, se ríen. Centro mi atención en ellas, en su conversa. Hablan de una fiesta en la que al parecer hubo, rollos, cuernos, sexo y borracheras. Una dice que “pilló un pedo tremendo”, otra, que estuvo ahí para verlo, lo ratifica y añade que “potó toda la pizza encima de su ropa” (¿por qué tienen que decirlo tan fuerte? ¡Que desagradable!). La tercera acaba preguntando: y con Toni, ¿como acabo la cosa? Atención a la respuesta: “pues espero que no con un embarazo”, contesta la del “pedo tremendo”. I se ríen a carcajadas. Yo me pregunto cual es el chiste. ¿Es que acaso emborracharse y poder tener accidentalmente un hijo es divertido? No quiero escucharlas más. Temo que lo próximo que digan sea que cogieron el coche ebrias y fueron a 160. ¡Ay que diría si lo oyera la abuelita que esta cerca de ellas! Digo si lo oyera, porque además de estar muy concentrada haciendo crucigramas, padece problemas de sordera. Lleva dos sonotones, uno en cada oreja. De pronto, pienso en mi abuela, y en el bocadillo que me ha preparado. Llevo 1 hora metida en el tren y empiezo a tener hambre. Llegamos a la estación de Tarragona. Mucha gente baja. Otra sube. De repente, un olor a perfume de vainilla supera el olor a chorizo que desprende mi bocadillo. Intento adivinar de donde la señora de la peluca al estilo Sara Montiel? ¿viene. Descarto a los hombres. También a la chica que tengo delante y que huele a eau de “cigarrettes”. ¿Será la joven con una camiseta con las famosas iniciales D&G que acaba de llegar? Acabo descubriendo quien es cuando la chica D&G se levanta y pasa por mi lado para irse. Hubiera preferido no descubrirlo y disfrutar más de aquel olor tan agradable. Pasa el revisor. Me pide el billete. Se lo doy. Suena mi móvil. Es mi madre. Quiere saber a que hora llegaré. Me da la sensación de que todo el mundo está atento a nuestra conversación. Cuelgo.
continuará*

jueves, 21 de mayo de 2009

Observaciones en el tren (I)


Estación de tren de Móra la nova. 17.47 horas. Subo al tren que me llevara a Barcelona. Conmigo llevo la maleta y el bocadillo de chorizo de la abuela. Pongo la maleta en la estantería que hay encima de los asientos y pregunto a una mujer: ¿está ocupado? No, no, puedes sentarte, me responde. Por su acento advierto que es extranjera. Rubia, ojos azules y con una piel lechosa y llena de pecas… ¿inglesa? ¿Sueca? Observo sus manos. Hay quien habla del lenguaje de las manos... Las tiene cerradas, encima de su floreada falda (su estilo, me recuerda un tanto a “la casa de la pradera”). ¿Eso quiere decir que es una persona introvertida, poco sociable? Lo compruebo. Le pregunto a que parada baja. Pasan unos segundo y un seco “Sants estació” sale de su pequeña boca. Tonta, tonta, tonta. ¿No ves que tiene dificultades con el idioma? Luego, al oírla hablar perfectamente en castellano por el móvil (sobre lo pesado que es mudarse de piso) entiendo que la mujer no tiene ningún problema, simplemente es de pocas palabras o esta demasiado ocupada contemplando el paisaje. Oliveras, campos de viña... No vas a hablar, me digo. Así que decido observar. El tren no es muy moderno (asientos incómodos, ausencia de aire acondicionado…). El vagón está lleno. La mayoría son estudiantes que, tras pasar un fin de semana en casa, regresan a las residencias o pisos de alquiler de Barcelona o Tarragona. Lo sé por sus carpetas (unas azules, otras verdes) y por sus caritas de pena. Algunos escuchan música, otros leen, otros duermen, otros hablan en “peti comité”…Yo observo. ¡Este chico se quedara sordo! me digo mirando al “heavy” con camiseta de AC DC que está sentado (como si estuviera en el sofá de su casa) a pocos metros de mi. Me molesta. ¿Acaso nos ha preguntado a sus compañeros de viaje, si queremos escuchar su música? Resoplo. La joven que esta al lado del chico solidario (por eso de compartir su música), levanta la vista del libro que intenta leer y me mira. Busca complicidad. La encuentra. Nos miramos, levantamos la vista mirando hacia el infinito y negamos con la cabeza en un gesto que traducido al lenguaje significa “lo que hay que aguantar”. Ella sigue en su intento de leer, que por su vestimenta y gestos “monjiles” bien podría ser algún libro de teología (impresiones mías). Yo sigo en mis observaciones.
continuará*

Wellerismo


"Para gustos los colores", olió suavemente el oído.

Mis otras gafas

Algunos dirán que están mal graduadas, a otros no les gustará la montura de lo que escribo. Seguro que habrá quien cree que mi visión del mundo no es nítida, y quién me aconseje cristales que me protejan de los reflejos de la ignorancia y la pedantería. Quizá algún miope compartirá el enfoque que le doy a las cosas, y rezará a Santa Lucia para que conserve mi vista. Y tal vez otros, después de leer mi blog, se darán cuenta de que hasta entonces veían borroso y se someterán a una revisión de ojos. Los del pensamiento…

domingo, 17 de mayo de 2009

Pippi ¿Hedren? (II)

Hitchkock: Emm… Bueno, he de reconocer que en todos los años que llevo haciendo cine, nunca había conocido una actriz tan… peculiar. Eres imaginativa, audaz, me has hecho reír y, además, tienes poderes sobrenaturales. Enhorabuena Pippi, el papel es tuyo.

Pippi: No me haga usted la pelota, y no me de un papel, ¡yo quiero caramelos!

Hitchkock: Está bien, Pippi. ¿Cuántos caramelos quieres?

Pippi:
Mmm, ¡con mil seria suficiente!

Hitchkock: Vale, ¿quieres algo más?

Pippi: Si, 400 chicles y 200 piruletas.

Hitchcock: Ahora llamaré a mi ayudante y en un rato te traerá todo.

Pippi: ¡Resultará que al final usted es un hombre generoso! ¡Lástima que no lo sea en cabello! jijiji.

Hitchkock: Jajaja, es cierto. Oye Pippi, hablando de pelos…¿Que te parecería teñirte de rubia? Si lo hicieras, mandaría construir un parque de atracciones hecho de golosinas, para que pudieras divertirte junto con tus amigos. ¿Qué me dices?
...

¿Aceptará Pippi esta propuesta? Será Pippi el relevo de Tippi Hedren o Janet Leigh?

Pippi ¿Hedren? (I)


Pippi entra en el local donde sus amigos, Anita y Tom, bromeando, le han dicho que reparten caramelos. Ahí está Hitchcock sentado bajo la luz de un foco.

Hitchkock: Lo siento señorita, el casting se ha terminado. Además, no era un casting para payasos – dice con semblante serio.

Pippi: ¿Casting? No diga palabras raras que yo no pueda entender. Diga caramelo, que eso si que lo entiendo. Se los ha comido todos usted, ¿eh? ¡Por eso ahora esta tan gordo y no tiene pelos!

Hitchkock: ¡Pero qué dices! ¿Que caramelos? Aquí no repartimos caramelos, muchacha. Aquí hemos estado haciendo pruebas a chicas que quieren ser la protagonista de mi próxima película. Si quieres caramelos, vete al kiosko de la esquina.

Pippi: No disimule. Sé que los tiene usted, me lo dijeron mis amigos. ¡O me da caramelos, o sabrá quien es Pippilotta Victualia Rogaldina Chocomiza!

Hitchkock: Jajajaja, ¿así te llamas? ¿Dónde están tus padres Pipppilota… Vic…?

Pippi: Pippi. Mi madre está divirtiéndose en el cielo, y mi padre es pirata, rey de los congoleños.

Hitchkock: Ahhh, ¿Y se puede saber con quien vives, Pippi?

Pippi: Vivo con mi caballo Pequeño Tío y con mi mono Sr. Nilson.

Hitchkock:
Jajaja, Claro, y seguro que sabes volar, ¿no?

Pippi: ¿Es usted adivino?

(Pippi estira de sus trenzas y empieza a volar. Hitchkock se queda perplejo)


*continuará...

Pipilotta Victualia Rogaldina Chocominza


Que dirían los asesores de imagen de Victoria Beckam de una niña que lleva un vestido cosido a retazos, unos zapatos que le vienen grandes y unas medias de colores por encima de las rodillas? ¿Que dirían los responsables de protocolo de la Casa Real de una niña que cocina crepes sobre el suelo?

Seguramente Pippi Calzaslargas se llevaría el primer puesto en el ranking de las peores vestidas de revistas como “Glamour”. Seguramente también, y a petición de su Majestad la reina Sofía, Pippi recibiría de urgencia un curso de etiqueta y modales en la mesa.

Quizá muchos no compartiríamos ni mesa ni armario con ella, por pensar que es una “guarra” y una “ortera”. Seguro que muchos no lo harían por pensar que está loca. Pero la verdad es que a fashions y a cuerdos Pippi nos mola. Por ser una rebelde y el precedente de Alaska en lo del pelo naranja y el “a quien le importa lo que yo haga”. Por caminar hacia atrás, no ir a la escuela y dormir con los pies en la almohada. Por romper con los prejuicios y las reglas. Pero sobretodo, por ser feliz así, a su manera.

Rebelde, audaz, luchadora, Pippi, que con 9 años vive sola, no sólo es un ejemplo a seguir para los esclavos “del que dirán”, también lo es para el veinteañero que delante de cualquier estupidez, siempre tiene la palabra “mamá” en la boca y para el que es mayor para independizarse y no para hacerse la comida y plancharse la ropa. Aunque claro a éste último, siempre le quedara la excusa de no tener la habilidad sobrenatural de Pippi para hacer de una volada la limpieza de la casa…

Pero Pippi no sólo es la chacha ideal. Pippi, es la amiga que a muchos nos habría gustado tener. Aunque sólo sea por presumir de amiga. Porqué, ¿cuánta gente tiene una amiga que vive con un mono y un caballo al que levanta con una sola mano, que sabe volar, y que tiene un cofre lleno de dinero?

Pippi, les pese a los conservadores, marcó un referente cultural en los años 70 y constituyó un ejemplo para el movimiento feminista. Con ella, quedaba claro que las mujeres no teníamos porque ser esas tontas sumisas que algunos creían y siguen creyendo…

Por todo eso, seamos rebeldes como Pippi, y reivindiquemos que se le haga un documental en clave de homenaje. Aún con el riesgo de que Jiménez Losantos, Rouco Varela o Rajoy salgan a la palestra diciendo que hay que censurarlo porque, de lo contrario, las niñas de nuestra “Una, Grande y Libre”, dejarán de ir a la escuela y se tirarán del balcón pensando que volaran con la ayuda de sus trenzas.

domingo, 3 de mayo de 2009

Héroe: tú si, tú no, tú tampoco


17 de octubre de 2007. Daniel Oliver, estudiante de derecho de Valencia, intenta socorrer a una joven que esta siendo golpeada y pateada en el suelo por su novio. El agresor se gira y suelta un puñetazo a Daniel, que cae y se abre la cabeza contra la acera. Después de siete dias en coma, Daniel fallece.

2 de agosto de 2008. Jesús Neira, profesor de la Universidad Camilo José Cela, recrimina a un joven que está pegando a su pareja a las puertas de un hotel de Majadahonda. Tras esto, Neira entra en el hotel y el agresor lo ataca por la espalda. Neira cae al suelo y el joven violento continúa propinándole patadas. El profesor Neira permanece 2 meses en coma y 8 ingresado en el hospital.

22 de noviembre de 2008. José María, un fisioterapeuta de Alcobendas media en la paliza que un joven está propinando a su novia en la entrada del Decathlon de Alcobendas. Dos amigos del agresor se abalanzan sobre José María. En este momento, el chico que José María tiene retenido, aprovecha para darle un empujón que casi lo estrella contra el larguero de una portería.

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A Jesús Neira, los medios de comunicación le pusieron la capa de superhéroe y lo llevaron a los altares. El estado lo condecoró con la Gran Cruz al Mérito Civil, el Senado le concedió la medalla de oro, y la presidenta de la comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, le nombró presidente del Consejo Asesor del Observatorio contra la Violencia de Género. Hasta se le dedicó un libro y se le ha contratado como colaborador en el programa de Antena 3, Espejo Público.

A José María, supongo que la policía y los testimonios de la agresión le dieron las gracias y 4 palmaditas en la espalda. Su historia, desconocida por la mayoría de los españoles, apareció en algunos diarios cómo artículo de prensa secundario. Para otros diarios, ni existió.

Lo mismo ocurrió con Daniel Oliver, al que tan sólo dedicaron alguna noticia y reportaje.

Como ven, los héroes modernos los inventan los medios y no todo el que lleva a cabo una hazaña (la de hacer lo correcto en los tiempos de indiferencia y egoísmo que corren), se convierte en héroe. Para convertirse, hay que ser profesor universitario y hacer la gesta en un momento en que España vaya escasa de héroes nacionales.

Links:

http://www.diariovasco.com/20080810/al-dia-sociedad/estado-critico-profesor-apaleado-20080810.html

http://www.elmundo.es/elmundo/2008/11/24/madrid/1227552312.html
http://www.elmundo.es/elmundo/2008/11/21/madrid/1227303796.html

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/estudiante/muere/defender/mujer/agredida/novio/elpepusoc/20071025elpepisoc_11/Tes
http://www.elpais.com/articulo/sociedad/heroe/concreto/elpepusoc/20071029elpepisoc_9/Tes

sábado, 2 de mayo de 2009

¿De alcantarilla o de biblioteca?


Las ratas.

Para unos, asquerosas, pestilentes y repulsivas…Para otros, astutas, saludables y prosperas.
Tal vez sea por la forma de los ojos, o quizá por motivos históricos, pero está claro que occidentales y orientales no vemos de igual manera a estos animales de cola larga, orejas grandes y hocico puntiagudo.

Que en occidente las ratas sean sinónimo de suciedad y peligro, puede deberse a las muchas enfermedades (peste bubónica, rabia, tifus…) que siglos atrás propagaron en Europa. También a que durante las hambrunas estos roedores acababan con las cosechas.
Se deba a lo que se deba, las ratas cuanto más lejos de nosotros, mejor. El nazismo lo sabía, y es por eso que intercaló imágenes de hombres, mujeres y niños judíos con piaras de ratas. Su mensaje era evidente: los judíos eran una lacra social y, como a las ratas, había que exterminarlos.

Nuestra musofobía es tal que cuando queremos atemorizar a un niño pequeño le decimos que se irá al cuarto de las ratas o que cuando pretendemos humillar a alguien por su bajeza moral o su tacañería le soltamos “eres un rata”. Nada que ver con aquellas imágenes casi idílicas que los dibujos infantiles nos ofrecen muchas veces de las ratas como aquellos animales ingeniosos que huyen del gato y comen queso emmental. Nada que ver tampoco con la leyenda del ratoncito Pérez o con Remy, el protagonista de Ratatouille, que lejos de ser un ratón que roba y come basura, es un gran Chef.
En los dibujos animados, nosotros, los occidentales, seriamos la abuela con rulos y muy cascarrabias que recorre toda su casa con una escoba en la mano para matar a una rata. Los orientales, en cambio, serian el niño pequeño que a escondidas de sus padres, y por debajo de la mesa, le dan a la rata un poco de su comida.

Y es que en oriente, la rata se venera. En China, por ejemplo, es el primer signo del zodiaco, y en algunas zonas del país la carne de rata se considera toda una delicatessen. En Japón, la rata acompaña a Daikoku, el dios de la riqueza. Y en la India, al dios Ganesh, el de la sabiduría.

Es curioso. De alcantarilla para unos, y de biblioteca para otros...