sábado, 23 de mayo de 2009

El ritual del silencio

- ¡Tú no aprendes! ¡Te lo dije! (en un tono de voz elevado)
- Nene, por favor… (Al borde del llanto)
- ¿Por favor qué? Eh?! ¡Inútil! ¡Eres una inútil! Estoy de ti hasta los cojones…¡joder! (da un puñetazo a la puerta, a escasos centímetros de la cara de la mujer)

No, no es un guión de una película de Hitchcock. Tampoco un fragmento de una novela de Agatha Christie. Terrorífico, si, y verídico. Ocurrió hace un par de semanas en un vagón de la línea azul del metro de Barcelona. Siguiendo la lógica de un sábado tarde, había mucha gente. Algunos miraban la escena descaradamente. Otros, más discretos, lo hacíamos de reojo o a través de los cristales. No faltaba tampoco los que, sumergidos en la lectura de su libro, no levantaban la vista, o los que disimulaban contándose las pecas de las manos o haciendo un exhaustivo estudio de los distintos tipos de calzado. Sin olvidar aquellos que bajaban del vagón para meterse en otro. En lo que todos coincidimos fue en seguir aquella frase que tantas veces de pequeños nos han repetido: en boca cerrada, no entran moscas. De este modo, lo único que se oía eran carraspeos, gente sonándose o tosiendo y expresiones como “madre mía” o “qué fuerte”. Es el ritual del silencio, del ver, oír y callar. Porque “aún saldremos escaldados”, porque “no es nuestro problema”, porque “es su vida”. Su vida o, tal vez, su muerte. Así, pasivos, íbamos bajando del vagón, y a los cinco minutos ¿quién se acordaba de lo sucedido? Luego, al escuchar en los informativos una nueva muerte por violencia de género, a lo mejor nos acordaremos e intentaremos no mirar mucho, no sea que conozcamos a la victima, no sea que podamos tener remordimientos. Y es que quien calla, otorga, y quien otorga, es cómplice de la violencia. Ya lo dijo Ghandi, "la mas atroz de las cosas malas es el silencio de la gente buena”.

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