sábado, 23 de mayo de 2009

Observaciones en el tren (III)

Suena otro móvil. Esta vez no es el mío. Su música es la de una canción de David Bisbal. Es de una chica. Por la voz, por como se toca el pelo, y por el te quiero final, deduzco que es su novio. A unas les llama la madre, a otras el novio. Me fijo en la actitud de la enamorada tras colgar el teléfono. Sigue leyendo el País (¿votará a Montilla?) y de vez en cuando levanta la cabeza para a través de la ventana. Hace rato que ya no se ve mar. Mira su reloj. Por su cara parece que no funciona. Le pregunta la hora al chico de su derecha. Las 19.15, le responde. Pelo largo, flequillo al lado, sudadera Rams 23, es el prototipo de niño “pijo”. No para de jugar con el móvil, de estos de última generación que anuncia Beckam, claro. Unos tanto, y otros tan poco. I es que justo ahora veo a un mendigo pidiendo limosna en la estación de Vilanova. Entran 4 marroquíes. No hay más sitio, así que se tienen que quedar de pie. Oigo como las mujeres de detrás “cuchillean” con voz de pito. Logro captar una frase: Si, perquè l’altre día a una amiga li van robar el bolso. Ja podrien quedar-se al seu país. Es en estos momentos cuando desearía ser sorda. ¡Será que no habrán visto robar a gente de aquí y no por eso nos tachan a todos de ladrones! Pero aquí no acaba la cosa. Uno de los marroquíes se sienta al lado de una señora, (muy fina ella). La señora no sólo pone cara de perro sino que coge rápidamente el bolso del suelo. Hay más. Esas mismas mujeres que antes cuchichean acerca de los que ellas denominaban “moros”, ahora lo hacen acerca de las que consideran “bixos rarus”, una pareja de chicas que pasa por el vagón cogida de la mano. Pensaba que estas cosas solo las decían la iglesia y la COPE. En fin… Con la mala leche, me han venido ganas de hacer “pipí”. Le pido a la “inglesa-sueca de pocas palabras” que me reserve el sitio, por favor. Claro, me dice. Llego al lavabo. Está ocupado. Al cabo de cinco minutos de reloj sale un hombre, que por su barriga, diría que le gusta el tapeo y las cervecillas. Entro. Salgo. El lavabo (de no más de 1 metro cuadrado) hace una peste insoportable, y en la tapa hay restos de orina (¡Qué asco!). Ahora entiendo que es lo que ha estado haciendo ese hombre tanto tiempo ahí dentro… Vuelvo a mi asiento. La “inglesa-sueca” se levanta. Hemos llegado a Sants-Estació. Me dice adiós. Se oye una voz que dice: Próxima parada, Passeig de Gràcia. Es la mía. Cojo la maleta y bajo del tren. Son las 20.00 h.

No hay comentarios:

Publicar un comentario