martes, 24 de marzo de 2009

Lindo y querido, muy querido


Me enamoré. Cómo nunca lo había hecho y cómo quizá nunca lo haré.

Eras precioso, estabas lleno de luz y de color y, además, me tratabas como a una auténtica reina. Yo sabía de tu hospitalidad y admiración por las “gringas”, pero nunca imaginé que tan lejos de mi hogar, y en tan poco tiempo, haría otra familia. Yo era la joven española en busca de nuevas aventuras, y tu tenías la sabiduría y las ganas de enseñarme todo lo que en tu interior escondías. Pude viajar por tus rincones menos explotados, pude conocer tu vida de contrastes, la variedad de tu gente... Me sentía tan tuya...Tu cultura, tu dulce acento, tu forma de ver la vida, distintas a la mía, me atraían de una manera que muchos no entendían. “Es del tercer mundo, y además, dicen que es peligroso”. La verdad, tienes parientes maleantes y los que gestionan tus cuentas son unos corruptos, pero nunca me pareció justo que pagarás tú por los errores de alguno de los tuyos. Estando contigo, me di cuenta de que el mundo está lleno de ignorantes. Me di cuenta de cosas que “ya se saben”, pero que nunca me paré a pensar antes: la importancia de los sarmones y los consejos de mis padres, la suerte de tener una hermana, lo bonito que es pasear mientras miras el mar, y hasta la necesidad de oír hablar en catalán. Me conquistaste por la vista, el corazón, pero también por el estómago. Me encantaba la comida que con tanto cariño me hacías: tacos, molletes, totopos con guacamole, chiles rellenos. Todo bien picante. Cada semana me deleitabas con alguna carnita asada, y algunos días, lo hacía yo con una tortilla de patatas. Durante los 5 meses y medio que duró nuestra relación, engordé 6 kilos. Eran de felicidad, segurisimo. Y es que contigo la vida era alegría y fiesta, mucha fiesta. Me enseñabas a bailar kumbia y música norteña y siempre estabamos riendo, yo de tus frases con doble sentido y tu de mi “ostia”, “joder” o “vale”. Pero un 24 de diciembre, no sin lágrimas en los ojos, tuve que macharme y desde entonces, nunca me olvido de las palabras que en boca de un amigo me dijiste: “Mire, viniste acá como “la española” y ahora te vas como una hermana. Vuelve pronto comadre”.

Lo haré. Volveré para verte de nuevo, querido México.

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